Mientras en Colombia mi padre se despierta cada día a las dos de la madrugada para ordeñar, con sus propias manos, a 25 vacas; aquí, en los Países Bajos, un hombre se pasea por su granja mientras una gran máquina hace pasar a las vacas, una a una y en fila india, sin atascos y cómodamente, por un sistema robotizado de ordeño.
Cada animal porta una etiqueta con la que la máquina determina cuánta disponibilidad de leche tiene en su ubre. Si ya es el momento, la vaca recibe una señal que le permite ubicarse con precisión frente al sistema de ordeño. Allí, su ubre es limpiada primero por el mismo mecanismo y, posteriormente, un láser se ajusta a las tetas y ubica en cada una las bombas de extracción.
Y bingo: leche extraída y almacenada, datos precisos recopilados y vaca evacuada. ¡Siguiente, por favor!
Al tiempo que este señor holandés optimiza su tiempo y no requiere empleados en su granja, las vacas lucen relajadas y robustas, y la producción de leche de alta calidad está garantizada. Resulta curioso que un sistema como este, que él utiliza desde hace veinte años, lleve tanto tiempo implementándose en este país. Él es solo uno entre tantos. Se presume que en los Países Bajos esto existe desde la década de los noventa. ¡Guau!
Si bien es cierto que el contacto humano con las vacas se reduce con la implementación del ordeño robotizado, lo cierto es que en otros países, como el mío, la posibilidad de robotizar el proceso a este nivel sigue siendo incipiente, cuando no casi nula. Mucha mano de obra, en pequeñas, medianas y grandes granjas, sigue destinada precisamente al ordeño; por ende, para muchas familias este trabajo es su sustento.
Cuando envié a mi padre el video de la pequeña granja que visité, mi asombro como remitente y el suyo como destinatario lo desbordaron todo. Mientras tanto, él se prepara para ordeñar por segunda vez en el día a sus 25 amigas.
